La diabetes es un fiel reflejo del fracaso del modo que tenemos de relacionarnos con nuestro entorno. Se trata de una pandemia que provoca cada año la muerte de cerca de cuatro millones de personas y que se propaga a mayor velocidad cuanto más descuidamos nuestro estilo de vida. La solución está en nuestras manos. Comer alimentos de calidad, evitar los productos procesados o hacer ejercicio en ayunas. Y también regular nuestro descanso y prestar atención a nuestro estado emocional son las claves para lograr hacer frente a esta amenaza.
La importancia del entorno
La diabetes es un fiel reflejo del fracaso del modo que tenemos de relacionarnos con nuestro entorno. Se trata de una pandemia que provoca cada año la muerte de cerca de cuatro millones de personas. Además, se propaga a mayor velocidad cuanto más descuidamos nuestro estilo de vida. La solución está en nuestras manos. Comer alimentos de calidad, evitar los productos procesados o hacer ejercicio en ayunas. Y, por supuesto, regular nuestro descanso y prestar atención a nuestro estado emocional son las claves para lograr hacer frente a esta amenaza.
Aun a riesgo de que se me tilde de alarmista, lo cierto es que nos encaminamos a pasos agigantados hacia una sociedad atestada de diabéticos que desarrollarán una serie de patologías asociadas a su condición. Por ejemplo, enfermedades cardiovasculares, neuropatías, insuficiencia renal, retinopatías… Esta sí es la verdadera pandemia del siglo XXI, y en nuestra mano está ponerle freno.
Dos tipos, dos enfermedades
La diabetes es una enfermedad en la que los valores de azúcar en sangre son anormalmente altos. Un mal control de estos valores supone que, a largo plazo, aparecerán complicaciones en prácticamente todos los órganos del cuerpo. Ten en cuenta que, al hacer un diagnóstico de diabetes, se está haciendo el diagnóstico de una muerte prematura. Porque esta enfermedad no es sino un signo metabólico. El prólogo que avecina un infarto o un accidente cerebrovascular.
Imagino que os estaréis preguntando si esto es siempre así. Seguro que habéis oído hablar de eso de ‘la diabetes del adulto’, ‘la diabetes infantil’, los que toman insulina… Os lo explicaré:
Diabetes tipo 1
En la diabetes tipo 1, o diabetes insulinodependiente, la producción de insulina es escasa o nula. Las células beta del páncreas, que son las encargadas de producir esta hormona, están dañadas por nuestras células inmunitarias. Por eso, los pacientes necesitan inyectarse insulina periódicamente. Se trata de un tipo de diabetes que suele debutar en la infancia y juventud. Existe una cierta predisposición genética a padecerla. En ella, el estilo de vida no juega un papel tan determinante.
Diabetes tipo 2
La diabetes tipo 2, en cambio, es un claro reflejo del fracaso del paradigma actual de relación entre el ser humano y su entorno. En ella, el páncreas continúa fabricando insulina, pero el cuerpo -por razones que luego desarrollaremos- tiene dificultad para introducir el azúcar en la célula. Se produce así una situación de estrés metabólico en la que el páncreas. Al ver que no llega azúcar a las células, interpreta que debe fabricar más y más insulina. Entretanto, se van produciendo niveles elevados de glucosa en sangre (hiperglucemia). Esto, si se mantienen en el tiempo, terminan propiciando complicaciones y lesiones en distintas partes del cuerpo. El 90% de los diabéticos presenta este tipo de diabetes. Y es de ella de la que me quiero ocupar, porque aquí la carga genética no es tan importante. El entorno es crucial.
¿Dónde estamos?
Hoy no se duda de que la diabetes tipo 2 es una enfermedad de la ‘civilización’. Así lo prueban investigaciones sobre grupos de cazadores-recolectores que han demostrado que, en estas sociedades, la diabetes es inexistente, y también lo son sus patologías asociadas. Así, por ejemplo, se ha visto en grupos de Papúa Nueva Guinea que sus miembros no tienen patología cardiovascular, obesidad, hipertensión… En los estudios realizados entre los indios Pima (de la frontera entre México y Estados Unidos), se ha visto que aquellos que se mantienen en su contexto permanecen protegidos, mientras que, en aquellos que han adoptado el estilo de vida occidental, la diabetes se ha disparado. De hecho, está presente en un 43% de las mujeres y un 45% de los hombres.
Más evidencias: según datos de 2014, el 9,3% de los estadounidenses (29,1 millones de personas) tienen diabetes. Además, se estima que 86,1 millones de adultos norteamericanos tienen prediabetes (un estado en el que los niveles de glucosa están elevados, pero no tanto como para que se pueda diagnosticar diabetes). Las complicaciones, como decíamos, afectan a casi todos los tejidos del cuerpo, y la diabetes es una de las principales causas de morbilidad y mortalidad cardiovascular, ceguera, insuficiencia renal y amputaciones. Además, el diagnóstico temprano de diabetes tipo 2 en adolescentes y adultos jóvenes (hasta los 40 años) se ha relacionado con una forma más agresiva de la enfermedad y con un desarrollo prematuro de complicaciones graves.
Si nos vamos al terreno económico -en estos días en los que tanto se habla de la disyuntiva entre economía y salud-, diremos que el coste para la Seguridad Social que la diabetes tipo 2 tiene en Estados Unidos es de 322 mil millones de dólares. Para poner esta cifra en contexto, ten en cuenta que, según la OMS, para erradicar el hambre en el mundo son necesarios 200.000 millones…
¿Y cómo hemos llegado hasta aquí?
Esta situación no se improvisa. A mí me gusta decir que, si tienes diabetes tipo 2, es porque te lo has currado. Lo has tenido que hacer bastante mal para terminar fatigando a tu páncreas y desatando una cascada de reacciones metabólicas dañinas para tu organismo. ¿Quieres saber cuáles son los factores de estrés ambiental que terminan generando una diabetes tipo 2? Sigue leyendo.
Estrés-Inflamación aguda vs. estrés-inflamación de bajo grado
Ante una situación de estrés agudo o inflamación aguda (un traumatismo, una fractura o una infección por un microorganismo), nuestro cuerpo, de forma fisiológica, hace que la glucosa no se dirija a su lugar habitual (las células del hígado o del músculo) y, en cambio, se vaya a órganos de vital importancia. Es la resistencia fisiológica a la insulina, y en ella la glucosa se deriva al sistema inmunitario, al sistema nervioso central y a los órganos reproductores. Esto es una situación coherente, clave como mecanismo de supervivencia. El problema viene cuando ese estrés agudo pasa a mantenerse en el tiempo. Si antes era una fractura, o una infección bacteriana, ahora tenemos al jefe, a la hipoteca, un tubo digestivo inflamado, exceso de grasa corporal… Esta señal de estrés constante o inflamación de bajo grado contribuye a generar una resistencia a la insulina no fisiológica.
Alimentación inflamatoria:
Nuestra sociedad se está atiborrando de productos procesados y de alimentos con elevado potencial inflamatorio. Este tipo de productos está relacionado con la desregularización del circuito hambre-saciedad. Así las cosas, tenemos una constante necesidad de comer, y el páncreas no deja de producir insulina, lo que termina fatigándolo. Además, nuestro tubo digestivo se inflama. Como consecuencia, nuestro cuerpo pierde la flexibilidad metabólica: en lugar de usar la grasa como fuente de energía, termina tirando permanentemente de azúcar. Si eso sucede, entramos en bucle: cuando como, porque como y no paro de comer; cuando dejo de comer, mi cuerpo se estresa y es el propio hígado el que libera azúcar por un mecanismo de neoglucogénesis. ¿Qué me pasa a continuación?
- En ese estado de inflamación, nuestro sistema inmunitario requiere de mucha energía, y es muy fácil que no nos apetezca lo más mínimo movernos.
- No encontramos recompensa en el movimiento, por lo que caemos en el sedentarismo.
- Este sedentarismo, unido a la mala alimentación, nos hace acumular más grasa de lo debido.
- Y esa grasa que comenzamos a acumular es otra vía, como ya hemos dicho, por la que nuestro cuerpo mantiene esa inflamación de bajo grado.
- A todo esto podemos sumarle el componente emocional: sabemos que un bajo estado anímico puede conducirnos a relacionarnos mal con la comida. Y todo esto va a condicionar nuestro descanso.
Aquí tienes las piezas del puzzle. Puedes empezarlo por un sitio o por otro: por la comida, por el estrés, por el descanso, por el sedentarismo… El caso es que todo ello, al final, te conduce al abismo.
Dame soluciones
Ahora viene la buena noticia: el cuerpo puede darte una segunda oportunidad. Si generas un cambio absoluto en tus hábitos, en tu relación con el entorno, es posible darle la vuelta a la situación. Dependiendo del daño que haya sufrido el páncreas, podrás incluso volver a recuperar la producción de insulina en el caso de la diabetes tipo 2. Para la tipo 1 por lo menos generar una mejor calidad de vida.
Por tanto, se trata de identificar la relación idónea entre entorno y ser humano.
Come alimentos:
Es básico evitar los procesados y aquellos alimentos con potencial inflamatorio. ¿Cómo hacerlo? Empieza por tirar todo lo que tengas en casa en cuya etiqueta aparezcan un montón de ingredientes. Se trata de que comas alimentos de calidad: pescados salvajes, carnes de pasto, huevos camperos… También grasas de calidad, como las del aceite de oliva virgen extra o el aguacate. Y llena tu plato de frutas, verduras, vegetales y tubérculos. Si comes de esta manera, tu tubo digestivo comenzará a recuperarse, se desinflamará y, además, podrás recuperar un ritmo coherente de hambre y saciedad y tendrás más energía.
Muévete con la barriga vacía:
Nuestros ancestros se movían para conseguir alimento. Ese alimento -el animal cazado, las semillas recolectadas…- eran su recompensa. Imítalos e induce a tu cuerpo a que se mueva utilizando la grasa como fuente de energía. De esa manera permitirás que vaya adquiriendo esa flexibilidad metabólica de la que hemos hablado. Así, si en algún momento no comes, no se dispararán las alarmas y el hígado no comenzará el proceso de neoglucogénesis.
Reduce la frecuencia de tus comidas:
Ya os lo expliqué en el post Ayuno intermitente: menos comidas, más salud. Y ese mismo concepto de recuperar la salud reduciendo el número de ingestas diarias se aplica también a la prevención de la diabetes tipo 2. Así, un estudio publicado en Diabetology revela que, en pacientes con diabetes, hacer dos comidas copiosas al día es más beneficioso que tomar seis pequeñas comidas. Tiene todo el sentido del mundo. En una situación de bloqueo metabólico y con el páncreas fatigado, ¿realmente es lógico que tengamos que comer cinco veces al día? Se trata de dejarlo tranquilo para que se recupere. Además, recobrando la flexibilidad metabólica, es posible hacer dos comidas al día sin que el glucagón se dispare.
Es así como deberíamos relacionarnos con nuestro entorno: comiendo comida, moviéndonos con la barriga vacía y llegando de forma natural, sin sufrir, al ayuno coherente, a las dos comidas al día. En cuanto al ejercicio físico, no debemos olvidar incluir un trabajo de fuerza para corregir la relación músculo/grasa; recuerda que, mientras la grasa nos inflama, el músculo es antiinflamatorio.
A estos cambios les sumamos la revisión de nuestro estado emocional y asumimos que un descanso eficaz es imprescindible. Y, con las piezas del puzzle ya bien encajadas, entramos en un escenario de prevención de la diabetes tipo 2 y, en consecuencia, de prevención de todas sus enfermedades asociadas.
Autor: Carlos Pérez
Msc Psiconeuroinmunología Clínica
Msc en Biología Molecular y Biomedicina
Co-autor de los libros Paleovida y Mis Recetas Paleovida
Co-director y docente del Postgrado Experto Universitario en Psiconeuroinmunología Clínica de Regenera por la Efhre International University
1 comentario en “Diabetes Tipo 2: La verdadera pandemia”
Claramente es la verdadera epidemia.
Es la enfermendad silenciosa mas peligrosa del mundo.
Excelente articulo