Enfermedades como la obesidad, la diabetes tipo 2, las patologías cardiovasculares, las enfermedades neurodegenerativas o el cáncer son las principales afecciones de la sociedad occidental en el siglo XXI. Todas ellas tienen como denominador común: la inflamación crónica (1-5). Esto demuestra una incidencia de la microbiota en la salud.
Esta inflamación utiliza mensajeros propios del sistema inmunológico para comunicar a las diferentes células del organismo la presencia de un daño tisular o un foco de infección (5-8). Genera un escenario proteico intercelular que no sólo modifica el comportamiento de células inmunológicas, sino que también lo hace de células madre somáticas (9), células endocrinas (5,10) e incluso células del sistema nervioso (11).
La inflamación, como proceso fisiológico de resolución, se caracteriza por ser de corta duración y con la intensidad óptima. Tanto el exceso en la duración como en la intensidad puede dar lugar a alteraciones sistémicas crónicas (12). En personas susceptibles genéticamente, esta inflamación disfuncional puede ser el detonante para desarrollar alguna de las patologías mencionadas anteriormente (1,5).
En los últimos años se ha investigado la relación de la microbiota intestinal con el sistema inmunitario (13,14), con enfermedades metabólicas (15), algunos tipos de neoplasias (16), enfermedades degenerativas (17) e incluso con la función del cerebro (18). A menudo se describe la inflamación crónica como el nexo de unión.
Los estudios publicados en los últimos años sobre el papel de bacterias y hongos simbióticos, algunos virus o incluso los parásitos con los que convive nuestro tubo digestivo, están cambiando el paradigma pasteuriano clásico. La idea de que los microbios y parásitos tienen exclusivamente un potencial patológico está evolucionando hacia una visión de la salud en la que el equilibrio ecológico juega un papel clave, tanto en el mantenimiento de la salud como en la pérdida de la misma (19,20).
En la microbiota de los mamíferos hay cuatro cortes dominantes en los niveles taxonómicos: Firmicutes, Bacteroidetes, Actinobacteria y Proteobacteria
En el tracto gastrointestinal, concretamente, encontramos la población más importante de microbios (microbiota) y parásitos. La microbiota intestinal es la colección de microbios que residen en el tracto gastrointestinal. Se compone de más de 1.000 especies diferentes que aporta 3,3 millones de genes microbianos únicos en el tracto gastrointestinal de los seres humanos (21). Este sistema microbiano complejo incluye bacterias que viven en una relación simbiótica con su anfitrión y algunos microbios que tienen características potencialmente patógenas.
La microbiota de los mamíferos es muy variable en los niveles taxonómicos más bajos, sin embargo, hay cuatro cortes dominantes: Firmicutes, Bacteroidetes, Actinobacteria y Proteobacteria (22). Firmicutes y Bacteroidetes constituyen más del 90% de la población bacteriana del colon, mientras Actinobacteria y Proteobacteria (que incluye Enterobacteriaceae) están regularmente presentes pero son escasos (<1-5%) (21). Una microbiota normal comprende principalmente bacterias, pero los virus, hongos y parásitos también están presentes (23).
La microbiota es necesaria para inducir mecanismos de regulación destinados a mantener la mucosa y la inmunidad sistémica en equilibrio
Se han estudiado diferentes mecanismos implicados en el mantenimiento o alteración de este ecosistema de microbios y parásitos. Desde la genética (24), pasando por la herencia por contacto directo con la flora vaginal de la madre durante el parto (25), la lactancia (26), el uso excesivo de antibióticos (27) y terminando por la alimentación (28). Por ejemplo, los bebés nacidos por vía vaginal adquieren la flora vaginal de la madre, que incluye Bacteroides, Bifidobacterium, Lactobacillus y Escherichia coli, mientras que los nacidos por cesárea presentan niveles aumentados de bacterias cutáneos como Staphylococcus spp. (25).
Más allá del periodo post natal, la microbiota es necesaria para inducir mecanismos de regulación destinados a mantener la mucosa y la inmunidad sistémica en equilibrio, de modo que un ecosistema adecuado permitirá generar respuestas óptimas frente a agentes patógenos. Por el contrario, una alteración del equilibrio ecológico aumentará la susceptibilidad a infecciones (29).
Se ha demostrado que la microbiota participa en la expansión de células B y T en las placas de Peyer y ganglios linfáticos mesentéricos, especialmente células T CD4 + y también células T reguladoras (30). Una microbiota intestinal saludable genera unas condiciones de resistencia a la colonización a patógenos que permiten un control efectivo de las infecciones. Mientras que una alteración en el equilibrio ecológico de la microbiota provoca una pérdida de esta resistencia a la colonización, dejando las “puertas abiertas” a que patógenos oportunistas puedan invadir el ecosistema hospedador / microbiota dando lugar a una infección y por lo tanto activando la inflamación (31). En personas susceptibles genéticamente, tal como se describe en el inicio de este texto, este escenario inmunológico de inflamación crónica puede ser el nexo de unión con enfermedades como obesidad, diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares o ciertos tipos de cáncer (32, 33).
Autor: David Vargas Barrientos
Graduado en Fisioterapia
Máster en Psiconeuroinmunología
Máster en Biología Molecular y Biomedicina
Profesor y codirector del Postgrado Experto Universitario en Psiconeuroinmunología Clínica de Regenera.
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