¿De dónde vienen las bacterias de la leche materna? Las bacterias que conforman la microbiota de la mamá hacen un fascinante viaje desde su intestino hasta la glándula mamaria. Hoy te propongo que me acompañes para descubrir cómo se inicia ese viaje y cuáles son sus escalas.
De dónde vienen las bacterias de la leche materna
Hubo un tiempo en el que se pensaba que el recién nacido era como uno de esos pequeños ratoncillos ‘germ free’ tan utilizados en los laboratorios para estudiar las defensas y la inmunidad. Se creía que nacíamos estériles, sin bacterias buenas ni malas, sin microbiota. Y que era en el momento del parto, y en las horas y días sucesivos, cuando íbamos siendo colonizados por las bacterias del entorno y, por supuesto, de nuestra madre. También se pensaba que la leche materna era estéril -claro, ¿cómo iba a venir ‘contaminado’ de serie un alimento tan perfecto? -, y que lo que comía la mamá no alteraba su composición.
Esto era así… hasta que los mitos empezaron a derribarse.
- Sí, la leche materna contiene bacterias (lo que la hace aún más perfecta).
- No, el bebé no nace estéril: el feto recibe dentro del útero bacterias procedentes de su madre.
- Sí, la alimentación de la madre modifica, para bien o para mal, la composición de la leche
Y no solo eso: las bacterias que conforman la microbiota de la mamá hacen un fascinante viaje desde su intestino hasta la glándula mamaria. Hoy te propongo que me acompañes para descubrir cómo se inicia ese viaje y cuáles son sus escalas.
La hipótesis tradicional
El descubrimiento de la existencia de bacterias en la leche materna fue el detonante. Allá por los años 60, de un debate que continúa hoy y que sigue intentando contestar a la pregunta que da pie a este post: ¿de dónde vienen esas bacterias?
Durante mucho tiempo, la hipótesis que se barajaba daba por sentado que su origen era una contaminación entre la boca del bebé y la piel de la madre. Tiene sentido: el lactante succiona y, en ese movimiento de bombeo, en esa amorosa fusión, es normal que se produzca un baile de microorganismos. Los diferentes estudios así lo sugerían. Un trabajo de 2004 explica que algunas bacterias de la boca del lactante pueden contaminar la leche materna durante la lactancia debido a que la leche regresa a los conductos mamarios en el proceso de mamar. En otro estudio de 2009 se identifican algunas bacterias muy habituales en la lactancia materna y se ve que también son muy comunes en la piel, lo que seguiría confirmando la hipótesis boca-piel.
Pero los estudios prosiguen y los hallazgos hacen que esta hipótesis empiece a parecer, no errónea, pero sí incompleta:
- Esas bacterias de la leche materna no solo habitan en la piel, sino también en las mucosas del tracto digestivo y genito-urinario.
- Más sorprendente aún: cuando se analizan la placenta, el líquido amniótico y la sangre del cordón umbilical, también se pueden encontrar esas bacterias.
- En una nueva pirueta, aparecen también en el meconio, la primera caca del recién nacido, haciendo evidente que su intestino no es estéril.
- ¿Una vuelta de tuerca más? El calostro, la primera leche que sale de la glándula mamaria… sí, lo habéis adivinado: también tiene bacterias.
Así pues, nos encontramos con un bebé que, ya desde dentro del útero, ha estado en contacto con las bacterias de su madre. Tenemos también una leche materna colonizada y una hipótesis que empieza a tambalearse y a dejar paso a otra más revolucionaria: ¿no será posible que esas bacterias presentes en la leche de la madre sean familia de las que conforman su microbiota intestinal?
Si esto es así, volvemos a la pregunta del millón: ¿cómo diablos han podido llegar hasta allí?
La hipótesis revolucionaria
Esta es la historia de un viaje. En términos científicos se conoce como ‘translocación bacteriana’. Es la ruta que recorren las bacterias desde que salen del intestino hasta que llegan a otros órganos del cuerpo (en el caso que nos ocupa, a la glándula mamaria).
La primera pregunta que se nos plantea es la de cómo ‘salen’ las bacterias del intestino. Porque no estamos hablando de un contexto de infección o inflamación: hablamos de intestino sano, con su barrera protectora intacta. Y, en esas circunstancias, la microbiota intestinal debería quedarse ahí, dentro de su hábitat.
Para entenderlo, tenemos que mirar unas décadas atrás en el tiempo. Nos vamos a 1950, año en el que se publica en el New England Journal of Medicine un estudio que demuestra, en perros, el paso de bacterias ‘E. coli’ a través de una mucosa intestinal intacta. Unos años más adelante, en 1966, se describe el tránsito de una proteobacteria a través de la pared intestinal del duodeno de una rata. Por primera vez, se usa el término ‘translocación bacteriana’.
En los años siguientes se van sucediendo los experimentos que demuestran que, efectivamente, se produce ese paso de los microorganismos a través de la pared intestinal. En 1978 se define esta translocación como el paso de bacterias viables del tracto gastrointestinal hacia la lámina propia y, posteriormente, a los ganglios linfáticos mesentéricos y a otros órganos extraintestinales. Y se consolida la tesis de que este proceso no tiene por qué estar asociado a infecciones patógenas.
A partir de ahí, comienza a hipotetizarse que, tal vez, la translocación tenga un sentido fisiológico; más aún, que pueda tener un sentido fisiológico benéfico, que podría asociarse con inmunorregulación, incluida la maduración inicial del sistema inmune neonatal. Es decir, por primera vez se empieza a sospechar que esa fuga bacteriana pueda llegar a ser de utilidad en el desarrollo de las defensas del recién nacido. Más todavía cuando diversos estudios sugieren que, para que se produzca la translocación bacteriana, se tienen que dar ciertos eventos, como una reducción del peristaltismo y un aumento de la permeabilidad intestinal. Dos eventos que se producen, curiosamente, durante el embarazo.
Breast-Gut-Axis
Todo este cuerpo de evidencia da pie a que se acuñe el concepto de Breast-Gut-Axis. El eje intestino-mama. Ya está todo preparado para comenzar a desentrañar la ruta que recorren las bacterias hasta llegar a la glándula mamaria e integrarse dentro de la leche.
Y el debate se vuelve poliédrico, y empiezan a surgir estudios que sugieren que los lactobacillus que encontramos en la leche humana los ha obtenido el neonato durante el parto, ya que son un género que predomina en la microbiota vaginal. Pero investigaciones posteriores demuestran que no todos los lactobacillus vienen de la vagina de mamá, y que lo mismo sucede con las bifidobacterias.
Y el debate se vuelve poliédrico, y empiezan a surgir estudios que sugieren que los lactobacillus que encontramos en la leche humana los ha obtenido el neonato durante el parto, ya que son un género que predomina en la microbiota vaginal. Pero investigaciones posteriores demuestran que no todos los lactobacillus vienen de la vagina de mamá, y que lo mismo sucede con las bifidobacterias.
Por tanto, se va consolidando la idea de que hay migración activa del intestino a la glándula mamaria. Pero, ¿cuáles serían las escalas de ese viaje?
Dentro de este terreno de investigación, los trabajos realizados por el grupo de Juan Manuel Rodríguez, de la Universidad Complutense de Madrid, son especialmente potentes. Su hipótesis nos habla de cómo las células dendríticas-o macrófagos- del epitelio intestinal de la madre son capaces de captar bacterias; pero no las matan, sino que, por la acción de la progesterona y de otras hormonas del embarazo, se ‘acoplan’ a ellas, las trasladan vivas al ganglio linfático mesentérico y, desde allí, cogen un ‘ascensor linfático’ y le dan al botón ‘Teta’.
La hipótesis sugiere que este mecanismo fisiológico se inicia en el último trimestre del embarazo y duraría toda la lactancia hasta que, con el destete, finalizaría la translocación bacteriana. Vemos, pues, que la salud de la mamá durante el embarazo y la lactancia es la que marca la inmunidad del recién nacido.
Y, si queremos rizar aún más rizo, un estudio de 2014 sugiere por primera vez que el tejido mamario no es estéril y puede contener su propia microbiota comensal, siendo ésta la que colonizaría los conductos mamarios. Faltan trabajos que corroboren la existencia de esta microbiota comensal y cómo se establecería, pero el panorama es realmente sugerente.
¿Qué más contiene la leche materna?
Aquí tenemos una noticia buena y una mala. La buena es que la leche materna contiene unos azúcares, llamados Human Milk Oligosaccharides (HMO), que son el alimento para las bacterias, su fibra fermentable. Por tanto, la leche materna nos da un simbiótico: un probiótico juntamente con un prebiótico. Y este prebiótico tiene efectos antimicrobianos, de modulación de células epiteliales, inmunitarias, de desarrollo del neonato… Es lo que, hace años, se conocía como factor bífidus de la leche materna.
La mala noticia nos habla de dieta occidental, de estilos de vida poco saludables, de disbiosis. ¿Por qué? Hagamos un repaso rápido: en la leche humana hay bacterias procedentes de la microbiota intestinal de la mamá; ya sabemos que los alimentos y otros factores, como el estrés, alteran la microbiota. En consecuencia, lo que coma la madre, el estrés que sufra, los fármacos que tome… afectarán a la composición de la leche materna.
No es un suponible: un estudio en el que se analizaron 20 muestras de leche materna halló en el 65% edulcorantes artificiales como sacarina o sucralosa. Un desastre. Otros estudios, hechos con macacos, muestran que una dieta rica en grasas saturadas durante la gestación provoca una disbiosis en los bebés. Y otro estudio del grupo de Collado, en la Universidad de Valencia, acerca de los factores que influyen en la composición y actividad del microbioma de la leche materna, revela que no solo influye la edad gestacional, el tipo de parto o el estado de salud: también la dieta y su estilo de vida juegan un papel.
Con esto se rompe otro mito: todavía hoy hay expertos que defienden a capa y espada que lo que come mamá no afecta en nada a la composición de la leche materna. Hoy sabemos que lo que come la madre modula su microbiota, ésta pasa a la leche y le llega al bebé. Esto es importante para que las madres tomen conciencia de la importancia de elegir unos u otros alimentos.
A modo de conclusión, recalcaría la importancia de que tengamos la mente bien abierta y que seamos capaces de aceptar nuevas hipótesis:
- Cada vez toma más fuerza la idea de una translocación bacteriana, de una ruta interna que recorren las bacterias desde la microbiota intestinal hasta la glándula mamaria.
- Es posible que también la glándula mamaria tenga su propia microbiota.
- Lo que haga mamá, a todos los niveles, puede alterar la composición de la leche materna y, por tanto, afectará a la colonización bacteriana, induciendo que su inmunidad pueda ser proclive a la salud, o predispuesta a desarrollar enfermedades inmunitarias y metabólicas.
Autor: Xavi Cañellas
Msc Psiconeuroinmunología Clínica
Msc en Biología Molecular y Biomedicina
Co-autor de los libros Niños Sanos, Adultos Sanos y de Alimentación Prebiótica
Co-director y docente del Postgrado Experto Universitario en Psiconeuroinmunología Clínica de Regenera por la Efhre International University