Son las 9.30 de la mañana de un lunes lluvioso. Julia está en la sala de espera de su endocrino. Tras mucho tiempo esperando esta visita, confía en que esta vez sea la definitiva. Lleva desde siempre luchando contra la báscula: la suya es una vida de lechuga, batidos de proteínas y tortitas de arroz.
Toda una vida contando calorías:
Toda una vida contando calorías, midiendo raciones y sintiendo el peso de la culpa para, al final, no lograr su objetivo. Y no es solo un tema de salud -que también le preocupa-, sino de bienestar interno. Está harta de luchar contra su peso, contra su cuerpo, contra el espejo. Está harta de escuchar a los gurús de la imagen y a los influencers de turno advirtiendo de los riesgos de la obesidad y afirmando que todo consiste en ‘autocontrol’. Que basta con tener fuerza de voluntad.
-Ah, cabrones, si supierais que llevo toda la vida peleándome con la comida y no hay manera…
Ya en la consulta, recibe el resultado de las pruebas que le ha hecho su endocrino. Es un tipo majo, empático, que le mira a los ojos mientras arroja su diagnóstico.
-Verás, Julia. No debes culparte por lo que te sucede, no es una cuestión de fuerza de voluntad. Tu problema es que tienes el metabolismo lento.
Y sigue hablándole de genes y de constituciones y de cómo funciona su cuerpo. De todo ello solo hay una cosa que le queda clara: que se tiene que resignar. Que en la lotería genética ha tenido mala suerte y le ha tocado un metabolismo lento. Que es ‘defectuosa’ genéticamente. Claro, el médico no usa esas palabras, pero es la conclusión a la que llega Julia. Sus amigas pueden comer lo que quieran sin engordar porque no tienen esa tara. Así que tendrá que aceptar que va a vivir siempre con autoestima de menos y kilos de más.
Una vuelta de tuerca al metabolismo lento
La historia de Julia es real, y muy similar a la de millones de personas que asumen que, si engordan con el aire que respiran, es porque su cuerpo funciona mal. En esta sociedad de la abundancia, se ha terminado por convertir en ‘defecto’ lo que, en realidad, es una virtud.
Sí, hoy se trata de desmontar la leyenda del metabolismo lento como tara genética. Y os pondré un ejemplo que lo ilustra muy bien: imaginaos que estáis buscando coche. ¿Qué preferís? ¿Que gaste mucho combustible o que gaste poco? ¿Qué consideráis que es la eficiencia energética? Rendir mucho y consumir poco, ¿verdad? Poder hacer kilómetros y kilómetros sin agotar el combustible. Entonces, ¿por qué esa capacidad que consideramos una ventaja en los coches lo vemos como defecto en el cuerpo humano?
Mi desafío es el siguiente: ¿Y si esos cuerpos de metabolismo lento fueran, en realidad, unos virtuosos de la gestión energética?
Mi mirada, ya lo sabéis, es evolutiva. Así que aquí, una vez más, debemos volver la vista atrás: haciendo un rápido viaje a lo largo de los últimos 100.000 años, nos queda claro que la oferta de alimentos que ha habido durante la historia del ser humano nada tiene que ver con la abundancia de productos en la actualidad.
A lo largo de la historia ha habido hambrunas, carencia nutricional, escasez de alimentos… En este contexto, ¿qué cuerpo creéis que será el que mejor responda? ¿Aquel que despilfarre energía o el que tenga capacidad para gastar poco? En términos evolutivos, ¿cuál de ellos se considerará más eficaz y, por tanto, ‘vencerá’ en la selección natural? Está claro: el que sea más hábil almacenando energía.
El genotipo ahorrador
En los años 60 del siglo pasado, el genetista estadounidense James Neel desarrolló una teoría en la que planteaba que el ser humano cuenta con una serie de genes que le otorgan una extraordinaria capacidad para gestionar eficazmente la energía. La evolución habría primado esos genes para conseguir que los humanos pudieran, aun en las condiciones más adversas, adaptarse y sobrevivir. Según esta teoría, durante cientos de miles de años nuestro genoma recibió la información de que la comida era un bien escaso y que conseguirla requería un elevado gasto calórico. Por eso, nuestro organismo se adaptó para:
- Comer hasta la saciedad cuando hay alimentos disponibles.
- Tener preferencia por los alimentos grasos y calóricos, pues su concentración energética permite almacenar energía de reserva.
- Acumular esta energía de reserva en forma de grasa que permitiera tirar de ella en los periodos de escasez.
Siguiendo esta teoría, partimos de un rasgo adaptativo favorable y que nos ayuda a sobrevivir, pero que, en la actualidad, predispone a la obesidad y a enfermedades crónicas metabólicas.
¿Qué ha cambiado para que este genotipo ahorrador, tan preciado para la supervivencia de la especie, se haya convertido en las consultas de dietéticas en el ‘metabolismo lento’? Sí, lo habéis adivinado: nuestro actual contexto de superávit. Tenemos la comida siempre disponible. Cuanta queramos y a la hora que queramos. Estamos echando continuamente gasolina al coche.
Peleados con nuestro cuerpo
Como hemos visto, esa ventaja evolutiva, ese rasgo adaptativo favorable, ha pasado a ser esa ‘maldita tendencia a engordar’ de la que tantas personas se quejan. Pasan la vida peleando con su cuerpo y con su metabolismo lento, renegando de su constitución. Y no hay que olvidar que la posición desde la que se toman decisiones cuando hay una continua pelea con mi cuerpo es una posición de frustración. Y qué difícil es, desde ahí, ser valiente y decidir cambiar patrones de conducta. Y qué fácil es sucumbir a todos los inputs de nuestro alrededor que nos incitan a comer compulsivamente, a ahogar en azúcar tristezas y ansiedad, a seguir por inercia los horarios rutinarios de las cinco comidas al día. Y todo ello, sin hambre.
Una locura, ¿verdad? Desde el momento en el que nos vemos como ‘defectuosos’, comienza la destrucción. Para dar la vuelta a la situación necesitamos:
- Entender qué significa que un cuerpo sea virtuoso en la gestión de la energía, es decir, comprender el mecanismo del genotipo ahorrador. Si comprendemos el concepto de eficiencia energética y lo aplicamos a nuestro organismo, seremos capaces de tomar decisiones.
- Eliminar la etiqueta de ‘soy defectuoso’. Una vida relacionándome con el mundo desde la perspectiva de que ‘estoy mal hecho’ me hace pequeño, débil, vulnerable a tomar decisiones equivocadas y a dejarme llevar por una sociedad repleta de productos hiperpalatables que me estimula a comer constantemente. Una sociedad en la que la industria alimentaria le ha ganado la partida a la salud.
El camino y cómo recorrerlo
Sé que no es fácil. Que son muchos años de mala relación, de frustraciones, de no mirarse al espejo (literal y metafóricamente). Pero voy a orientarte y a darte unas cuantas pistas que pueden ponerte en el camino del empoderamiento.
Soy el mejor coche:
Siente que tú eres ese coche eficiente que todos escogerían. Ese coche que gasta poco (metabolismo lento). A partir de ahí, se trata de que, lejos de intentar anular esa virtud (que no defecto), la desarrolles. Es el primer paso para relacionarte con el mundo desde la fuerza y la seguridad. Así podrás entender la alimentación como tú la necesitas, y no como los hábitos culturales nos han enseñado. Lo que necesitas no es echar gasolina cuando el depósito está lleno. Sé que es algo muy complejo, y quien no lo ha sufrido no sabe lo que es refugiarse en el potentísimo placer de la comida. Por eso es imprescindible que el primer paso sea verte como un perfecto modelo de eficiencia. A partir de ahí, tú mandas en los momentos de comer:
- Si no tienes hambre, no te sientes en la mesa por costumbre, porque es la hora, porque los demás lo hacen. Aprovecha ese rato para hacer otras cosas: leer, pasear, escuchar música, echarte una siesta (te sorprenderá ver cómo le ganas unas horas al día, las que antes empleabas en comprar, cocinar, comer, recoger…)
Recupera el hambre real:
De forma concreta, desde la perspectiva de las necesidades biológicas, las mejores estrategias tendrán que ver con aprender de nuevo qué es tener hambre. Recupera la sensación de hambre real, probablemente enterrada desde mucho tiempo atrás bajo capas de ansiedad, de costumbre, de frustración. Redescubre lo que es realmente tener ganas de comer. Para ello, sería muy interesante que un profesional te guiara por el camino del ayuno intermitente o ayuno de 24 horas.
Se trata de sentir el placer que significa comer cantidad, comer de verdad, alimentos de verdad, cuando tienes hambre de verdad.
Volver a relacionarte con el hambre real hará que tu sistema de recompensa distinga costumbre, necesidad, placer en la boca o hambre. Se trata de un proceso neurológico que se debe ir aprendiendo y reforzando en ese proceso de reconciliación. Y, para sentirlo, hay que dejar pasar muchas horas. Es posible que la persona delgada de toda la vida necesite comer cuatro o cinco veces al día, pero una persona con el genotipo ahorrador tal vez tenga suficiente con una sola comida diaria.
Se trata de disociar la alimentación de la búsqueda de placer en boca, de los hábitos y de la ansiedad.
Si, con la ayuda de un profesional, te familiarizas en los ayunos para poder llegar con hambre a la hora de comer, tu sistema de recompensa te ayudará a sentir plenitud.
Gestiona las resistencias del entorno:
Cualquier proceso de transformación o desarrollo personal implica resistencias del entorno. Mucho más cuando tu decisión no sea ‘convencional’, conforme a la norma. Te dirán, con mayor o menor cariño, con mejor o peor intención, que no es sano dejar pasar muchas horas entre las comidas; te tentarán, te dirán lo de ‘por un día no pasa nada’… Ahora bien, el proceso es el siguiente: se van a reír, te van a atacar, te acabarán imitando. Para vencer estas resistencias, es esencial que refuerces lo que hemos comentado de sentirte virtuoso y de dejar que un profesional te acompañe en ese camino de refuerzo de la ruta neurológica.
Este proceso, inevitablemente, provocará que aparezcan tensiones con algunas personas y que sientas la necesidad de que se alejen. Igualmente, otras se acercarán. Recuerda que, cuando tú cambias, cambia el 50% de cualquier relación. Tu posición en el sistema se moverá.
La gestión de las resistencias es clave para poder liberarte y alcanzar tus objetivos
Haz kilómetros:
El genotipo ahorrador, ese coche energéticamente virtuoso, necesita hacer kilómetros para explotar toda su eficiencia. Una de las excusas más habituales es la de ‘no tengo tiempo’. Pues esa excusa ya no sirve, porque, de pronto, has ganado dos o tres horas al día: ya no necesitas comprar, cocinar, comer, recoger… Puedes comenzar a introducir en tu rutina paseos, baile, el ejercicio físico que más te guste…
El coche debe moverse antes de volver a parar en una gasolinera
Este es el camino. Un camino de reconciliación con quien eres, con tu naturaleza, con tu extraordinario ser. En él te desharás de creencias limitantes y de rutinas, y entenderás cómo funciona tu cuerpo y de qué manera es posible una relación con la comida lejos de la inercia y de la frustración.
Autor: David Vargas Barrientos
Graduado en Fisioterapia
Máster en Psiconeuroinmunología
Máster en Biología Molecular y Biomedicina
Técnico Superior en Dietética y Nutrición (En curso)
Profesor y codirector del Postgrado Psiconeuroinmunología Clínica de Regenera
Doctorando en Biología Molecular
1 comentario en “El cuerpo virtuoso: la trampa del metabolismo lento”
Totalmente cierto. Yo tengo el metabolismo lento. Sólo pierdo quilos cuando dedico tres o cuatro, horas como mínimo, de deporte medio – intenso al día.
El problema grave llega no con la falta de tiempo, sino cuando el cuerpo comienza a tener dolencias, desgastes. Una hernia, menisco roto…Entonces la pesadilla del metabolismo lento vuelve a la escena.