Si alguien te preguntara si quieres potenciar tu talento, seguro que dirías que sí. Cómo no querer sacar todo el partido a tu potencial, ser capaz de explorar -y explotar- tus capacidades-, de lograr rendir como en tu mejor versión. Si después te preguntaran qué podrías hacer para lograrlo, seguramente dirías que entrenar la mente, controlar debilidades y fortalezas, gestionar el estrés… Todo esto es correcto… pero no suficiente. ¿Y si te dijera que el camino más seguro, la línea recta para potenciar tu talento, parte de tu barriga? Descubre el brain-gut axis.
Brain-Gut Axis: el origen del talento
Es fácil que me digas ‘no, Xavi, el talento nace en el cerebro’. Y yo te diré que de acuerdo, que nace en el cerebro… pero ¿en cuál de ellos?
Sí, estoy hablando del ‘cerebro’ que tenemos en nuestro intestino (y del que seguro has oído ya hablar). De esos 600 millones de neuronas que pueblan nuestra barriga y que conforman el primer sistema nervioso que se formó en nosotros: cuando éramos tan pequeños como un garbanzo, apenas sin forma humana, se desarrolló en nosotros el llamado sistema nervioso entérico (SNE). Sería más tarde cuando se formara el sistema nervioso central (SNC). Por eso me gusta decir que el intestino no es nuestro segundo cerebro, sino el primero. Todo comienza en la barriga. También el talento. Y así es como nace el Brain-Gut-Axis.
Estímulos y respuestas
Ante cualquier proyecto, sea del tipo que sea, es esencial identificar lo importante de lo superfluo, lo relevante de lo innecesario. Si no lo hacemos así, nos enredamos en cuestiones estériles que nos entretienen y retrasan nuestros objetivos, ¿a que sí?
Ahora piensa en tu cerebro ‘de arriba’. Él sí que tiene que saber discernir lo que tiene importancia de lo accesorio, porque constantemente está recibiendo señales y estímulos, a partir de los cuales generará respuestas; estas respuestas -que deben ser adecuadas y proporcionadas al estímulo que la provoca, pueden tener su expresión tanto en una conducta (‘tengo frío, busco una chaqueta’) como en cambios en la fisiología (‘tengo frío, se me pone la carne de gallina y tirito’).
Pero ten en cuenta que el cerebro también está recibiendo estímulos de nuestro medio interno. Pues bien, el 60% de esa información que le llega a tu cerebro procedente de tu interior procede del aparato digestivo; y, de este 60%, el 80% tiene su origen en el intestino. No es difícil, por tanto, llegar a la conclusión de que tu cerebro va a generar respuestas, tanto conductuales como fisiológicas, a partir esencialmente de las señales que le envía tu intestino. Tendremos que prestarle atención, ¿verdad?
Ahora imagina que tu aparato digestivo no se encuentra en su mejor momento: está inflamado y, por tanto, se está quejando. Eso significa que va a estar mandando constantemente su queja al cerebro, y éste, en lugar de estar trabajando para que seas más brillante y desenvuelvas mejor tus tareas, se va a tener que estar ocupando de interpretar y categorizar esos mensajes confusos procedentes del intestino. Es un ruido de fondo, un runrún que lo entretiene y contribuye a hacerte más torpe y lento, así como más irascible y suspicaz. Más reactivo, en definitiva. Porque, ante pequeños estímulos estresores, reaccionas como si fueran peligros potencialmente graves, y eso te hace generar respuestas neuroendocrinas desproporcionadas.
- Ante estímulos irrelevantes, un aparato digestivo inflamado genera respuestas neuroendocrinas desproporcionadas: mayor actividad inmunitaria y del sistema nervioso simpático, mayor activación del estrés en el eje HPA, HPT, HPG… Y nada de esto nos ayuda a desarrollar nuestro talento. Al contrario, nos hace más lentos y torpes.
Un viaje fascinante: el Brain-Gut Axis
Bien, hemos visto que hay una ruta que comunica el aparato digestivo con el cerebro. Y es de doble sentido: también lo que ocurre en el cerebro interfiere en el aparato digestivo. Es una ruta fascinante, cuyos secretos y recodos se han comenzado a desentrañar apenas 15 años atrás, y a la que se conoce como Brain-Gut-Axis: el Eje Intestino-Cerebro. En ella, juega un papel protagonista un órgano del que no nos cansamos nunca de hablar: la microbiota intestinal.
Pero vayamos atrás en el tiempo, porque os quiero contar una historia que arrojará luz a lo que os estoy explicando. En los años 30 del siglo pasado había una práctica clínica que consistía en inyectar adrenalina a las personas que sufrían urticaria. Pero se empezaron a producir muertes fulminantes tras las inyecciones, muertes a la que no se encontraba explicación. Tuvieron que pasar seis décadas antes de que se diera con la clave, cuando el grupo de Mark Lyle acuñó el concepto de endocrinología microbiana y expuso que las hormonas del estrés -entre ellas la adrenalina- pueden inducir crecimiento bacteriano.
Fue así como, echando la vista atrás, se dieron cuenta de que aquellas inyecciones de adrenalina que se aplicaban a los pacientes se hacían en malas condiciones de asepsia: en aquel entonces, las jeringuillas eran de cristal, y las agujas de metal. No eran de un solo uso: se limpiaban -no se esterilizaban- y se reutilizaban. El problema era que también se utilizaban para drenar abscesos, infecciones provocadas por el ‘Clostridium perfringens’. De ese modo, si en la jeringa habían quedado restos de esta bacteria, la adrenalina hacía que se multiplicara; lo que se inyectaba era muerte.
Este hallazgo hizo que los investigadores comenzaran a reformularse algunas creencias y a reescribir nuevas preguntas.
Si las hormonas del estrés son capaces de disparar la producción masiva de bacterias, ¿será posible que el responsable de determinadas infecciones sea el estrés? Por ejemplo, sabemos que la ‘E. coli’, en sus niveles óptimos, es inmunorreguladora; ahora bien, si hacemos que crezca demasiado puede invadir el tejido urinario y provocarnos una infección; ¿podría ser, entonces, que un cuadro de estrés haga que aumente la ‘E. coli’ y este incremento genere una cistitis? O vayamos al ‘Helicobacter pylori’, esa bacteria que lleva 130.000 años viviendo con nosotros y que, en cantidades adecuadas, nos protege de tener asma o cáncer de esófago: si nuestro estrés dispara sus niveles, nos encontraremos ante una infección.
Interesante, pero más lo es aún saber que se ha descubierto que no somos nosotros los inventores del estrés. Antes de que existiéramos como especie, las catecolaminas ya estaban aquí. ¿Dónde? Sí, efectivamente, en las bacterias, en los microorganismos; es más, se comunican entre ellos a través de las hormonas del estrés. Qué pequeños somos, ¿verdad?
- Las catecolaminas -las hormonas del estrés- pueden ser el detonante de una producción bacteriana masiva. Por ello, no es descabellado sospechar que el estrés pueda estar detrás de muchas infecciones
El caos de vivir sin microbiota
Y estas sospechas se han confirmado investigando con ratoncillos germ-free: en un estudio se ha visto que estos animalitos estériles, que no tienen microbiota, tienen permanentemente elevados sus niveles de cortisol; en cambio, si mediante un trasplante fecal se les inocula microbiota, sus niveles de cortisol mejoran. En otra investigación se ha comprobado que los núcleos cerebrales que regulan la memoria, la conducta y el metabolismo, así como el sistema nervioso central, están desorganizados. Y, cuando se les trasplanta microbiota, se recupera el orden y desaparece el caos.
Acabamos de citar, de pasada, la conducta.
Vayamos más allá: si, como parece, la microbiota juega un papel clave en la regulación del sistema nervioso central, y éste actúa como modulador de nuestro comportamiento, tiene toda la lógica pensar que también nuestra conducta puede estar mediada por nuestra microbiota.
¿Sorprendido? Pues mira este estudio: ocho semanas antes del apareamiento, a un grupo de ratoncitas se le da una dieta a base de comida basura; cuando nacen, sus crías muestran menor interacción social y curiosidad mínima ante el exterior; pero también tienen un menor número de neuronas productoras de oxitocina y una cantidad nueve veces inferior de ‘Lactobacilus reuteri’. Cuando se les suplementa con probiótico no solo se recuperan los niveles de ‘Lactobacilus’, sino que también aumenta el número de neuronas productoras de oxitocina y mejora su comportamiento.
Todo esto nos lleva a plantearnos que el tipo de microbiota que hayamos gestado condicionará nuestro sistema nervioso: cuando tenemos menos ‘L. reuteri’ tenemos menos producción de oxitocina.
¿Qué significa?
Que, puesto que la oxitocina tiene un enorme impacto en nuestro estado de ánimo, en la conducta de seguridad, en la relación sexual, en el amor o el apareamiento, el estado de nuestra microbiota será también determinante en nuestra conducta. De hecho, hay un estudio, que me encanta, que relaciona nuestro mundo bacteriano con el funcionamiento de todos los ejes neuroendocrinos.
- Se está viendo que la conducta sexual, las adicciones, la memoria, la tolerancia al estrés, las compulsiones o el comportamiento dependen del ecosistema bacteriano que tengamos.
Es algo que yo veo en mi práctica clínica diaria: cuando trato a pacientes con trastornos del espectro autista, suelo encontrarme con que tienen disbiosis parasitarias; regular su microbiota y erradicar el crecimiento de parásitos suele generar espectaculares cambios en el comportamiento. Más allá de mi experiencia, el cuerpo de la literatura está encontrando pruebas que sugieren que, seguramente, uno de los factores que influyen en el autismo y en el TDAH es el ecosistema bacteriano.
¿Damos un paso más? Te advierto de que el camino que abre es inquietante: recientemente se ha publicado un artículo de opinión que sugiere que los microorganismos podrían tener una estrategia con el fin de aumentar los contactos del huésped y, así, mejorar su transmisión. Esa estrategia sería la de hacernos más sociables e, incluso, altruistas. Y me hace pensar: realmente, ¿si somos más sociables es porque no lo están indicando nuestros bichos? Si es así, ¿somos un mero resultado de la manipulación de nuestros bichos?
Ahí os lo dejo.
De la disbiosis al talento
Estamos llegando al final de nuestra ruta. Es el momento de que retomemos aquello que te explicaba al inicio, cuando te decía que, cuando nuestro aparato digestivo está inflamado, no deja de enviar mensajes, quejas y ruido al cerebro, generando confusión, errores y torpeza. Ahora te voy a hacer una pregunta: ¿qué es lo que puede hacer que tu aparato digestivo esté inflamado? Sí, exacto: la disbiosis. Un desequilibrio en tu ecosistema bacteriano va a generar una respuesta inflamatoria mediada por el sistema inmunitario (SI).
Como ya sabemos, la mayor parte de nuestra inmunidad reside en nuestro aparato digestivo; de hecho, el intestino es un órgano inmunitario clave. Cuando hay un desequilibrio de bacterias en el organismo y se produce un aumento de lipopolisacáridos -lo que conocemos como endotoxemia-, se activan receptores inmunitarios que van a generar una cascada inflamatoria. Esa cascada inflamatoria va a estar mediada por una avalancha de citoquinas que, entre otros sistemas, van a afectar e inflamar nuestro cerebro. Por tanto, ante una mala salud digestiva, tu cerebro será una ‘víctima colateral’.
- Cuando tenemos inflamación, literalmente estamos inflamando el cerebro, la capacidad energética, la alegría, la toma de decisiones y nuestra capacidad de desarrollar y expresar nuestros talentos.
- Si es tan importante la salud digestiva para el talento y la toma de decisiones, parece que cuidar nuestra barriga y a los que habitan no es una mera opción, sino una necesidad primaria para desarrollar nuestra mejor versión.
Autor: Xavi Cañellas
Msc Psiconeuroinmunología Clínica
Msc en Biología Molecular y Biomedicina
Co-autor de los libros Niños Sanos, Adultos Sano y de Alimentación Prebiótica
Co-director y docente del Postgrado Experto Universitario en Psiconeuroinmunología Clínica de Regenera por la Efhre International University