Dicen algunos neurocientíficos que las emociones y su expresión son innatas. La misma raíz etimológica de la palabra emoción proviene del latín moveré, moverse. Más el sufijo e-, dotándole del significando de movimiento hacia, lo que implica acción. Toda emoción conlleva una acción y una respuesta neuroendocrina. Podría ser algo así como cuando siento miedo al ver un león y ese momento va acompañado de respuestas neuroendocrinas que desembocan en sudoración, taquicardia, aumento de la frecuencia respiratoria… Todo esto pasa por núcleos del cerebro que no responden a la razón, es algo subconsciente. Diferente es el sentimiento que la emoción vivida despierta en mí. Éste, el sentimiento, sí que pasará por estructuras neuronales de la corteza cerebral o parte consciente y que dependiendo de mis vivencias y experiencias le daré un nombre: miedo. El sentimiento es una percepción subjetiva de la emoción y, por tanto, es un aprendizaje. Aunque nacemos con la capacidad innata de generar emociones, con el paso de los años y la suma de vivencias, creencias y aprendizajes, finalmente las emociones terminan pasando por el filtro del aprendizaje que será quien las interprete y les dé nombre. Y aquí aparecen en escena esas personas tan importantes en la vida de los más pequeños. Papá y mamá, son nuestros primeros y más importantes maestros y, de ellos, aprenderemos la forma de vivir la vida: con estrés, con responsabilidad, con miedo, con exigencia, con alegría… ¡papás vosotros decidís!
¿Permitimos expresar las emociones a nuestros hijos? ¿Nos lo permitimos a nosotros mismos? ¿Alguien nos lo ha enseñado? ¿Os suena esto de la inteligencia emocional?
Decía Descartes, pienso luego existo; Antonio Damasio, reconocido neurocientífico y escritor del libro “El error de Descartes”, estaba en lo cierto: Descartes se equivocó, la afirmación correcta es: SIENTO luego EXISTO. Neurológicamente hay más conexiones cerebrales de las estructuras subcorticales (subconscientes) hacia las estructuras corticales (conscientes) que al revés. Y esto tiene mucha lógica. ¿Os imagináis que fuera al revés? Viene un león y me quedo pensando: qué hará por aquí este león hambriento. Quizás se haya perdido. ¿Estará buscando a su manada? Fin del pensamiento: el león me comió. Esto no tiene sentido ¿verdad? Lógicamente ante esta situación no piensas y actúas, en este caso huyes. Por eso es más fácil que neurológicamente una emoción pueda cambiar un pensamiento que al revés. Y viendo esto, nos preguntamos: ¿Permitimos expresar las emociones a nuestros hijos? O mirando a nuestro ombligo, ¿Nos lo permitimos a nosotros mismos? ¿Alguien nos lo ha enseñado? ¿Os suena esto de la inteligencia emocional? Demasiado nuevo, tan solo hace 20 años que se describió.
Autor: Xavi Cañellas
Co-Director de Regenera
Máster en Psiconeuroinmunología Clínica
Máster en Biología Molecular y Biomedicina