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Una persona pinchándose el dedo y comprobando su nivel de insulina

Obesidad y diabetes tipo 2: evolución, supervivencia y pandemia

La pandemia de obesidad y diabetes tipo 2 pudo ser una respuesta adaptativa de nuestra evolución exitosa ante determinadas situaciones estresantes en el pasado, como el ayuno o las infecciones. Nuestro genoma ha conservado aquellas mutaciones que le permitieron sobrevivir a condiciones alimenticias extremas y que han perdurado hasta la actualidad.

Efectivamente, la evolución nos ha conducido a disponer de una serie de mecanismos que nos permiten defendernos de la causa primera de mortalidad en el ser humano en condiciones naturales, como sería la infección. Sin embargo, ello tiene un precio: el mismo mecanismo que nos salva de la infección nos llevará a desarrollar una serie de patologías, como las ya citadas obesidad y diabetes tipo 2.

Es bien sabido que la obesidad y la diabetes constituyen un grave peligro para la salud.  A mayor prevalencia de la obesidad, entendiéndola por un índice de masa corporal por encima de 30, más complicaciones para nuestro organismo. Y las estadísticas confirman que todo el mundo occidental tiene una altísima prevalencia de obesidad. En el caso de la península ibérica, nos situamos en el Top 10 mundial. Algo parecido ocurre con la diabetes tipo 2. A menudo oímos que hay una epidemia de diabetes tipo 2, pero eso no es cierto. Lo que hay en realidad es una epidemia de obesidad. La diabetes tipo 2 no ha aumentado, ya que la proporción de diabéticos sigue siendo la misma entre los obesos. Lo que ha aumentado es la obesidad.

No hay que olvidar que ambas enfermedades producen multitud de patologías, entre las que sobresalen el cáncer y los trastornos cardiovasculares. Es decir, las primeras causas de mortalidad están íntimamente relacionadas con la obesidad y la diabetes.

¿Qué tienen en común ambas patologías con la enfermedad cardiovascular y algunos tipos de cáncer?

Lo que llamamos resistencia a la insulina, la hormona que regula la cantidad de glucosa existente en la sangre. Ocurre cuando la insulina que secreta el páncreas no es capaz de realizar las funciones que le corresponden. Al producirse esta resistencia a la insulina, nuestro organismo, nuestro páncreas, intenta compensarlo aumentando la secreción de insulina. Y hay que recordar que la insulina es un factor de crecimiento y, como tal, es posible que aquellas personas que tengan una predisposición genética o algún trastorno genético sufran mutaciones oncogénicas y acaben desarrollando algún tipo de cáncer.

Los actuales humanos somos fruto de un éxito evolutivo, reproductivo, ancestral, de millones de años; hemos llegado hasta aquí y somos, teóricamente, una especie adaptada a nuestro entorno. Pero los datos indican que el 50% de la población, o un porcentaje incluso superior, tiene sobrepeso. En España, la diabetes tipo 2 en la edad adulta afecta al 14% de la  población. Muchas personas son diabéticas y a lo mejor ni siquiera lo saben.

La paradoja es evidente. Si somos el fruto de un éxito reproductivo, ¿cómo es posible que el 50% de la población esté enferma? Descartada la posibilidad de que haya ocurrido algo que nos haya hecho enfermar a casi todos de golpe, la explicación más plausible es que hemos cambiado nuestro entorno de tal manera que ya no estamos adaptados a él y por eso enfermamos.

Cuando comemos, en busca fundamentalmente de glucosa, tenemos dos tipos de órganos:

  • Dependientes de la insulina: el tejido graso, el hígado y la musculatura
  • Los menos dependientes: fundamentalmente el cerebro, ese gran consumidor energético. Estos órganos son capaces de captar la glucosa al margen de la insulina.

La insulina coge la glucosa y la introduce en la célula, que la destruye para captar otra vez energía, liberando CO2 y agua. ¿Y qué ocurre con el excedente? No estamos comiendo todo el día; cuando comemos, comemos más de lo que necesitamos en ese momento y hay que guardarlo. La insulina se encarga de ello en el tejido graso, el tejido adiposo, a través de la lipogénesis. También guardamos la glucosa en forma de glucógeno, tanto en el músculo (el famoso glucógeno muscular) como en el hígado (glucógeno hepático).

Cuando estamos en ayunas, la insulina desaparece y ocurre todo lo contrario. Se produce la lipólisis, es decir, se liberan los ácidos grasos acumulados en el tejido adiposo y salen otra vez al torrente circulatorio para ser consumidos por el resto de las células. También se produce glucogenólisis, destrucción del glucógeno, tanto del intramuscular como del intrahepático, para tener glucosa disponible para los órganos. Todo esto ocurre cuando estamos en ayunas.

Tanto en la situación de ayunas como después de haber comido, todos los órganos importantes están alimentados. Son mecanismos por los cuales todos los mamíferos siempre tenemos glucosa suficiente para que nuestro cerebro funcione. Sin glucosa, nuestro cerebro dejaría de funcionar en pocos segundos.

Resistencia a la insulina

Cuando existe resistencia a la insulina, los órganos dependientes de ella se comportan como si estuviéramos en ayunas. Es decir, estamos generando glucosa cuando no lo necesitamos; estamos liberando ácidos grasos a la sangre, que pueden producir procesos como la arterioesclerosis, por citar solo un ejemplo. De ahí la situación anómala que se produce cuando la resistencia a la insulina se mantiene. Durante mucho tiempo se ha interpretado como algo fatal, incluso mortal, extendiéndose la idea de que tenemos que luchar contra la resistencia a la insulina. Pero la resistencia a la insulina a corto plazo, es necesaria para sobrevivir. Otra cosa muy distinta es cuando se hace crónica. Los órganos más independientes de la insulina son las células del sistema inmunitario, el cerebro, el músculo cuando está activo y los órganos de reproducción: útero, ovario, placenta y mama.

Las células inmunitarias son capaces de metabolizar la glucosa sin que exista insulina. Es algo vital para la superviviencia del individuo y de la especie.

¿Cuál ha sido la presión evolutiva durante toda la evolución humana?

La explicación clásica que se ha dado siempre es el ayuno. Cuando no hay comida, morimos. Esto provoca una selección: aquellos organismos que aguanten más sin comer serán los que se reproducirán más. La aparición de la obesidad se ha relacionado con esta selección. Los grandes períodos de ayuno vienen con el neolítico, cuando hay malas cosechas. Previamente sólo afectaba a pequeñas comunidades, pero con el neolítico llegaron las primeras hambrunas.

Con esta filosofía nace el concepto del gen ahorrador, propuesto por James Neel. El problema es que no explica por qué nos ponemos enfermos. Explica la obesidad, pero no sus reacciones adversas. Cuando Neel lanzó su hipótesis no se conocían los mecanismos biológicos de la insulina; pero al tener acceso a estos conocimientos él mismo rebatió su propia hipótesis. De todas maneras, se sigue hablando del gen ahorrador. Aunque no lo explique todo, sirve en algunos casos, como en los niños nacidos con bajo peso.

Es importante tener en cuenta que hay otros factores que han condicionado la evolución, entre los que destacaríamos la infección. Todos tenemos inflamaciones. Es una respuesta universal, que se estimula a través de una serie de infecciones y traumatismos. Nuestro cuerpo no es capaz de decir:  “Tengo una neumonía y me inflamaré de esta manera” o “Me he roto una pierna y me inflamaré de esta otra manera”. Se inflama y punto. Tradicionalmente se decía que el objetivo de la inflamación era reparar tejidos y eliminar microorganismos. La vía metabólica de la inflamación y la vía de crecimiento están íntimamente relacionadas.

Hasta hace unos años a nadie se le había ocurrido que la inflamación podría tener otro objetivo, un objetivo metabólico. ¿Qué sucede cuando tenemos una pulmonía?, ¿o cuando nos rompemos un fémur? Es difícil comer. Porque al organismo le interesa que estemos postrados, descansando. Y si no podemos comer, ¿qué nos interesa? Que haya resistencia a la insulina. En 1997 se publicó por primera vez un trabajo que demostraba que aquellas personas con genes más proinflamatorios, es decir, con mayor capacidad para defenderse de las infecciones, eran más obesos y tenían más diabetes tipo 2, que es lo que sigue ocurriendo actualmente en nuestro entorno.

Así pues, podríamos decir que la base de todo esto, la inmunidad innata, está dirigida contra la infección, pero también a obtener una mayor eficiencia energética en el momento agudo, que es muy diferente del momento crónico. Las bacterias, los hongos, los virus, etcétera, tienen unas caracterísiticas moleculáres. Son estructuras moleculares llamadas pathogen associated molecular patterns (PAMP en sus siglas en inglés). La célula es capaz de generar una estructura que reconoce esta configuración; son los PRR (pattern recognition receptors), receptores que se acoplan a la estructura y dan una señal a la célula para que se inflame, para que empiece a producir sustancias tóxicas que van a destruir esa bacteria.

El Dr. Wifredo Ricart (profesor de nuestros postgrados en PNI Clínica) y el Dr. Fernández Real, junto con su equipo de investigación del Hospital Universitario Josep Trueta de Girona, estudiaron todos estos PRR, las estructuras que reconocen estas figuras moleculares. También comprobaron si se relacionaban con alguna alteración en el metabolismo de los hidratos de carbono y de los lípidos. Y, efectivamente, descubrieron que cada molécula analizada afectaba la homeostasis de la glucosa y de los lípidos.

Esquemáticamente, podemos hablar de una serie de moléculas que atrapan las bacterias y se acoplan y producen esta reacción inflamatoria; por un lado es beneficiosa, pero también nos inflamará los vasos y las arterias y producirá la resistencia a la insulina. Ello tiene una función positiva: defiende nuestros órganos vitales para que puedan seguir en funcionamiento incluso en ayunos muy prolongados.

Pero a largo plazo, de forma crónica, la activación del sistema inmune genera una resistencia a la insulina mantenida que será la base molecular para las posteriores patologías del actual mundo occidental.

  • Tanto en el proceso de maduración ovocitaria como de maduración espermática hay multitud de disfunciones que a menudo no se contemplan. Por eso tantas veces te contestan ‘No lo sabemos’ a la pregunta de por qué no me quedo embarazada
  • Sí se puede incidir en la maduración ovocitaria y, en consecuencia, en la calidad de los ovocitos. Existe el concepto y está estudiado. Pero no se puede diagnosticar. De ahí el ‘no te pasa nada’
  • El ‘no te pasa nada’, los problemas masculinos en el seminograma o la reserva ovárica baja son la causa de que tantas parejas terminen haciendo FIV
  • La obsesión por conseguir un embarazo provoca cuadros de sensibilización central. Esta situación de estrés permanente se convierte así en la verdadera causa de la infertilidad.

Autor: David Vargas Barrientos

Graduado en Fisioterapia
Máster en Psiconeuroinmunología
Máster en Biología Molecular y Biomedicina
Técnico Superior en Dietética y Nutrición (En curso)
Profesor y codirector del Postgrado Psiconeuroinmunología Clínica de Regenera
Doctorando en Biología Molecular

Bibliografía

  1. Esteve E, Ricart W, Fernández-Real JM. Dyslipidemia and inflammation: An evolutionary conserved mechanism. Clinical Nutrition. 2005;24(1):16–31.
  2. Fernandez-Real JM, Ricart W. Insulin resistance and chronic cardiovascular inflammatory syndrome. Endocr Rev. 2003;24(3):278–301.
  3. Fernández-Real JM, Ricart W. Insulin resistance and inflammation in an evolutionary perspective: The contribution of cytokine genotype/phenotype to thriftiness. Diabetologia. 1999;41(11): 1367–74.
  4. Fernández-Real J-M, Ferri M-J, Vendrell J, Ricart W. Burden of infection and fat mass in healthy
    middle-aged men. Obesity (Silver Spring). 2007;15(1):245–52.

  5. Ricart W, Fernández-Real JM. [Insulin resistance as a mechanism of adaptation during human evolution]. Endocrinol Nutr. 2010;57(8):381–90.
  6. Hotamisligil GS. Inflammation and metabolic disorders. Nature. 2006;444(7121):860–7.

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