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Nevera llena de alimentos

La nevera llena y el alma vacía

En nuestra sociedad del bienestar, la mayoría sabe lo que es tener la nevera llena. Pero pocos se han preguntado alguna vez qué significa tener el alma vacía. Ni se han planteado que ese pueda ser su estado habitual. Juntar los dos conceptos nos permite sintetizar en siete palabras un mensaje de alerta que ayuda a comprender una determinada forma de entender la salud. La nevera llena y el alma vacía es, a mi juicio, la descripción más precisa y sintética de las paradojas de nuestra sociedad en el ámbito de la salud. Disponemos de medios más que suficientes para alimentar correctamente cuerpo y alma. Pero con frecuencia tendemos a los extremos y olvidamos que el equilibrio es lo más natural para evitar el estrés físico y emocional en la salud.

Vivir en la sociedad del bienestar no garantiza en absoluto nuestro bienestar. Puede sonar contradictorio, pero todos conocemos casos de personas que, a pesar de tener todo lo necesario para estar sanas y ser felices, se sienten enfermas y desdichadas. A menudo, tener garantizadas las necesidades vitales provoca una pérdida de la vitalidad y un deterioro de la forma de vivir y sentir. Una merma de las reacciones instintivas que deberían surgir de las entrañas.

No sufrir un alto riesgo de muerte por patologías infecciosas no garantiza el bienestar físico y mental

El confort material no equivale necesariamente al bienestar físico y psicológico. Muy al contrario. Los profesionales de la salud detectamos, cada vez con mayor frecuencia, casos de pacientes que experimentan algún tipo de malestar. Incluso sucede a pesar de no sufrir ninguna enfermedad grave. Ansiedad, fatiga, depresión… Son sólo tres ejemplos de males comunes en la sociedad del bienestar. La lista es muchísimo más larga y demuestra que no sufrir un alto riesgo de muerte por patologías infecciosas no garantiza, en absoluto, el bienestar físico y mental. Tampoco lo hace un elevado peligro de muerte perinatal o por falta de comida. Lo que por desgracia ocurría y ocurre en las sociedades de supervivencia que todavía existen.

A nivel de estrés físico natural…

Personas reunidas en un local

Nos hemos desvitalizado y alejado de los instintos más primarios. Y nos hemos focalizado en la obsesión por la seguridad y el confort, tanto a nivel físico como socioemocional. Estamos acostumbrados a sufrir estrés emocional, laboral y social. Pero, sin embargo, cada vez tenemos más pánico al estrés físico natural. Este último, durante miles de años, moldeó nuestros genes y se encargó de mantener nuestra salud física y mental.

Sólo hace falta fijarse en la reacción de muchos pacientes. Les recomiendo cambios en su vida, por ejemplo en su alimentación. Y la pregunta más frecuente que recibo es: ¿Y no llegaré a la hora de comer con mucha hambre?. Efectivamente, respondo. De hecho se trata de eso, de llegar con hambre a la hora de comer.

A nivel de estrés socioemocional…

A nivel socioemocional pasa exactamente lo mismo: nuestra educación nos encamina a ser políticamente correctos hasta niveles enfermizos. Con muchísima frecuencia veo en mi consulta pacientes que sufren las consecuencias de callar y tragar”. Los hacen ante situaciones de su vida en que su cuerpo les está pidiendo a gritos que hagan algo.  

Niño llorando

El Doctor en Filosofía Bernardo Ortín caricaturiza el comportamiento de la sociedad actual con una anécdota. Esta, a mi entender, ilustra perfectamente esta situación. En una cola larguísima de un supermercado, con mucho ruido y estrés, todo el mundo está callado, incubando su propio malestar. De repente, un niño de dos años que se encuentra en el carrito de delante se pone a chillar con una potencia incontenible. Está harto de estar allí y lo expresa a su manera. La madre del niño se da la vuelta y le dice al hombre de atrás: “Perdone, no quería molestar”. Él, responde: “No se preocupe, si yo pudiera haría lo mismo”.

Además, el exceso de bienestar, y también la fobia a la muerte, generan un estado latente de alerta que acaba enfermándonos. Estamos tan pendientes de tenerlo tan controlado, que no dejamos espacio ni a un mínimo de peligro o espontaneidad. Por ejemplo, el simple hecho de llegar con hambre a la hora de comer facilita que los niveles de ácido clorhídrico en el estómago sean los adecuados. Y harán que las enzimas digestivas se activen y la comida nos siente mucho mejor.

Una vez llenamos la barriga y sentimos saciedad, gracias a una hormona llamada leptina -entre otras-, se libera una cascada de neuromensejeros relacionados con la satisfacción, como la serotonina, las endorfinas y las encefalinas, que nos provocarán la sensación de bienestar y de felicidad. La segunda zona de nuestro cuerpo donde encontramos más presencia de neuronas es el aparato digestivo. Por ello, recuperar el circuito de la búsqueda/saciedad respecto a la alimentación, jugará un papel prioritario en el reestablecimiento de la salud psiconeuroendocrinoinmunológica. El exceso de bienestar, por contra, atenúa estas sensaciones. Comemos antes de tener hambre y bebemos durante todo el día para no tener sed. Pero, además, tomamos medicamentos para evitar que aparezcan síntomas vitales, como una inflamación saludable y necesaria después de un traumatismo.

Como conclusión…

Propongo que la nevera esté un poco más vacía y el alma un poco más llena. El objetivo no es otro que lograr un mayor equilibrio entre el cuerpo y la mente. Un paso imprescindible para eliminar -o por lo menos reducir- las enfermedades propias de la sociedad del bienestar. No en vano, la nevera llena es una metáfora de patologías como obesidad, diabetes tipo II y enfermedades cardiovasculares. Mientras que el alma vacía simboliza problemas como la ansiedad y la depresión.

“Lo que más me sorprende del hombre occidental es que pierde la salud para ganar dinero. Después pierde el dinero para recuperar la salud.

Y, por pensar ansiosamente en el futuro, no disfruta el presente. Por lo que no vive ni el presente ni el futuro. Y vive como si no tuviese que morir nunca, y muere como si nunca hubiera vivido.”

Dalai Lama

Autor: David Vargas Barrientos

Graduado en Fisioterapia
Máster en Psiconeuroinmunología
Máster en Biología Molecular y Biomedicina
Profesor y codirector del Postgrado Experto Universitario en Psiconeuroinmunología Clínica de Regenera.

Sobre el autor

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