Hace unos años le diagnosticaron a mi madre un cáncer de colon. En una de mis visitas a la oncóloga le planteé la conveniencia de que tomara un suplemento de vitamina D. Su respuesta fue muy simple: “La vitamina D no tiene evidencia tipo A frente al cáncer”. Para quienes no lo sepáis, os diré que un nivel de evidencia tipo A requiere que se hayan realizado metaanálisis y revisiones sistemáticas de ensayos clínicos de alta calidad con muy poco riesgo de sesgo. Un requisito que implica miles de millones de dólares en investigación (que luego deben amortizarse) y que, evidentemente, no lo cumple la vitamina D. Claro: ¿A quién le interesa realizar este tipo de investigaciones sobre una sustancia no patentable? La cuestión es que, para mi madre, solo servían los fármacos. Bueno, no solo: también le dieron un manual del enfermo oncológico en el que abiertamente le recomendaban que, si tenía dolor de estómago, bebiera Coca-Cola. Y, en cuanto a la alimentación, le dijeron que no necesitaba vigilar nada, que podía comer lo que quisiera.
Una absoluta distorsión en el paradigma de la salud
Perdonadme que haya iniciado este post con una referencia personal. Pero me ha parecido el mejor modo de abordar esta reflexión: ¿cómo se ha podido contaminar la ciencia de esa manera? ¿Qué se está enseñando en las universidades de Medicina? ¿Cómo es posible que nos hayan lavado el cerebro así, y no solo a nosotros, sino también a los profesionales de la salud? Entender cómo hemos llegado hasta aquí es crucial, especialmente en un momento como éste, en el que asistimos a una carrera contrarreloj de la industria farmacéutica para hacerse con el botín de la Covid-19.
Paradigma de la salud actual: ¿sigue teniendo sentido?
Voy a introducir ahora dos nombres. Los dos son científicos, coetáneos y trabajaron juntos. Fueron, incluso, profesor y alumno. El alumno es universalmente conocido, tiene calles, edificios, premios y organismos que llevan su nombre; el del profesor, en cambio, no ha pasado a la posteridad. Os hablo de Louis Pasteur y de su maestro, Antoine Béchamp. Este último decía que una alteración previa en el estado corporal propiciaba la llegada del germen. Pasteur, en cambio, defendía que era el germen el que nos hacía enfermar. Han pasado 100 años y, hoy, Béchamp no sale ni en el Trivial mientras que a Pasteur se le conoce como el padre de la medicina moderna.
Pongámonos en situación y vayamos a aquellos primeros años del siglo XX. Ya desde el principio quedó claro que los intereses socioeconómicos de la emergente Industria Farmacéutica eran más receptivos a la idea de que el germen era el culpable. Si fuera a la inversa, habría que centrar el tiro en el cuidado del cuerpo, en mantenernos sanos mediante hábitos de vida correctos. Y eso no da para extender el negocio. A partir de ese momento se produce la explosión de la Farmacoindustria. Y la premisa era clara: el germen es el culpable de todo.
Bajo este paradigma, todo lo que no esté avalado por una evidencia que ellos mismos han definido, se convierte en medicina alternativa
También a partir de entonces se fomenta sobremanera la medicina de la evidencia científica. Eso sí, con un pequeño matiz: tiene que ser rentable, así que lo que interesa es todo aquello que sea patentable. De esa manera, se elevan a la categoría de infalibles unos ensayos clínicos diseñados estratégicamente para que respondan a un fin definido previamente. Doble ciego, fármaco vs. placebo… dejando así el terreno abonado para sostener en el tiempo el uso del fármaco. Bajo este paradigma, todo lo que no esté avalado por una evidencia que ellos mismos han definido, se convierte en medicina alternativa. Y ya sabemos las suspicacias que despierta el término ‘alternativo’…
Nos lo han presentado como un avance. Un avance frente a lo que sucedía antes del siglo XX. Desde aquel lejano ‘Que la alimentación sea tu medicina’, donde los profesionales de la salud trataban de entender qué había fallado en el organismo de la persona enferma. Hasta que apareció el paradigma de la salud de centrarnos en el síntoma y no en la persona. Un buen ejemplo de cómo se ha potenciado el uso del fármaco frente al estudio del cuerpo humano es el hecho de que en las facultades de Medicina ni siquiera se estudie sobre alimentación.
Rockefeller tiene mucho que decir sobre este paradigma de salud
Sí, seguramente te sorprenderá, pero lo cierto es que la influencia del magnate norteamericano llegó al extremo de definir cómo debían funcionar las universidades y, por tanto, cuál sería en adelante el paradigma de la enseñanza de la Medicina. Para entenderlo hacemos un nuevo viaje en el tiempo y nos vamos a 1910, año en el que se publicó el Informe Flexner.
Este documento fue escrito por Abraham Flexner por encargo de John D. Rockefeller, a la sazón uno de los hombres más poderosos del mundo. Su cometido era evaluar cómo se enseñaba y ejercía la medicina para, a partir de ahí, postular un nuevo modelo. Es más que probable que no hayas oído hablar nunca de este informe, pero con toda seguridad ha repercutido en la manera en la que has sido atendido en clínicas y hospitales. ¿Por qué? Porque este informe introdujo tres cambios en el modo de enseñar y practicar la medicina. Y estos cambios aún sobreviven y determinan el actual modelo de atención clínica.
- Separación de cuerpo y mente en los tratamientos.
- Rechazo a la ‘medicina integral’ y división en especialidades y subespecialidades.
- Supremacía de los fármacos como tratamiento de elección para la casi totalidad de enfermedades.
- A raíz de la implantación de este modelo, la medicina puso el foco en los síntomas del cuerpo y planteó soluciones terapéuticas centradas en el uso de fármacos. ¿A que esto sí te suena? Es el ‘me duele esto’, pues ‘toma esta pastilla’. Esa es nuestra vida.
Un momento para reflexionar
Este es un momento para reflexionar. Para entender de dónde venimos y cómo los infinitos intereses económicos nos han llevado a esta encrucijada. Nuestra situación proviene de potenciar la figura de Pasteur, de permitir que magnates como Rockefeller influyan en la forma de impartir la Medicina en las universidades.
‘Sí, Carlos, pero te curan’, podéis decirme. Y es cierto que en el hospital te salvan la vida. Afortunadamente, y yo seré el primero que recurra a la Medicina si alguien de mi familia o yo mismo lo necesitamos. La cuestión es que la medicina actual, que es sumamente efectiva y sigue avanzando en el contexto de la cirugía y las situaciones de urgencia, presenta un gran vacío en las alteraciones funcionales como migrañas, diabetes tipo II, alergias, dolores articulares, fatiga, problemas de sueño… Su única respuesta para ello suele ser que es genético o que te lo provoca el estrés y la única solución para algo que además, lo tendrás para toda tu vida, es un fármaco que te permitirá sobrellevarlo.
Nos atiborramos de antiinflamatorios, antihistamínicos, antidepresivos y todos los ‘anti’ que puedan llegar a ser capaces de idear
Te mandan un análisis y te sale el colesterol ‘elevado’ (elevado según sus parámetros). ¿Solución? Una pastilla. Te toman la tensión y la tienes también elevada. ¿Solución? Una pastilla. Nos atiborramos de antiinflamatorios, antihistamínicos, antidepresivos y todos los ‘anti’ que puedan llegar a ser capaces de idear. ¿Os suena? Parece más bien que dar un fármaco debería de ser la alternativa y en cambio, la “medicina real” debería ser aquella que le explica a la persona el por qué le ha aparecido esa sintomatología y qué cambios debería de hacer para resolverlo. Pero centrarse en la persona, en el contexto como promulgaba Béchamp, no genera negocio. “Un paciente que sanas, es un cliente que pierdes”.
Nosotros nos hemos adaptado a eso, y el problema es que nuestros médicos también. ‘Es lo que nos han enseñado’, te dicen. Y es lo que, al final, todos consideramos normal.
¿Curan o matan?
Esto me lleva a otro nombre propio. Es posible que lo conozcáis, ya que es uno de nuestros referentes y, además, hemos tenido el placer de tenerle como ponente en el Congreso que celebramos el año pasado en Barcelona. Os hablo del danés Peter Gotzsche, médico, biólogo e investigador en Medicina. Fue cofundador del centro Cochrane, y formó parte de su junta directiva hasta que fue destituido por ‘discrepancias’ con la organización. Se trata de una de las voces más críticas con la relación existente entre la industria farmacéuticas y la clase médica, y buena prueba de ello es el título de su último libro: ‘Medicamentos que matan y crimen organizado’. En él documenta cómo las multinacionales corrompen a médicos, revistas y sociedades científicas, organizaciones de pacientes, políticos, agencias de medicamentos para mejorar sus beneficios.
Gotzsche asegura que los medicamentos son la tercera causa de muerte en el mundo, solo detrás de las enfermedades del corazón y del cáncer. Para él, la industria farmacéutica sigue tácticas propias del crimen organizado.
Este libro ha sido prologado, en su edición española, por el farmacólogo Joan Ramón Laporte, quien apunta en su introducción que al menos 197.000 personas fallecen anualmente por este motivo. Tanto Laporte como Gotzsche son especialmente críticos con los antidepresivos y ansiolíticos, apuntando que la industria ha ocultado que incrementan la tasa de suicidio en lugar de reducirla. “Se recetan a personas que no están deprimidas, sino tristes”
¿Qué conclusión podemos extraer de todo esto? Que debemos tener un espíritu crítico y ser responsables de nuestra propia salud. De no hacerlo así, nos exponemos a caer en manos de una mafia que no va a velar por nosotros, sino por sus intereses económicos
No es casualidad
Llegamos así al momento actual. Desde hace unos meses, la palabra maldita es ‘virus’. Con el terror campando por nuestras calles, y nuestra exigua formación en biología, es normal que nos echemos a temblar en cuanto oímos hablar de virus. Pero, tal y como explica el Dr. Máximo Sandín, un biólogo reconocido por sus publicaciones en torno a la importancia que los microorganismos tienen en nuestra vida, ‘cualquier célula es la fusión de bacterias y la integración de virus en el ADN’. Si en los últimos años se ha reivindicado el papel de las bacterias en nuestra salud -así lo atestigua el reconocimiento de la función de la microbiota-, también debemos entender la importancia de los virus.
Los virus no son malos por naturaleza. Son buenos. Es cierto que pueden aparecer en un contexto concreto de LGI (inflamación de bajo grado) y convertirse en virus oportunistas. A todos nos ha pasado que, en situaciones de estrés sostenido, cuando bajamos la guardia nos resfriamos o nos enfermamos. Pero es primero el contexto -no tengo un estado de salud correcto- y después llegan los gérmenes. No, el virus no es el malo de la película.
Pero esta situación de salo de virus de animales a humanos ha comenzado a darse exclusivamente a partir del siglo XX, nunca antes en la historia había sucedido. Y ha coincidido con la aparición de vacunas en las que se cultivan virus humanos en tejido animal. Al fin y al cabo, ese virus humano, esa vacuna, acaba siendo una hibridación.
En el siglo XXI hemos asistido a la irrupción del SARS-CoV-1, el MERS-CoV y el SARS-CoV-2 (Covid-19). Primos hermanos los tres, y claro ejemplo de que no cuadra este repentino salto de animales a humanos. Es entonces cuando el premio Nobel Luc Montagnier hace unas declaraciones y pone en evidencia que algo está pasando. ¿El origen del virus viene del mercado de animales de Wuhan? ¿Alguien que ha comido murciégalo? Nos toman por tontos. Montagnier ha desmentido el origen casual y silvestre del Covid-19 y ha asegurado que ha sido creado en un laboratorio. ¿Fake New? Eso es lo que, de inmediato, se ha negado desde todo tipo de instituciones. Más aún: la propia revista Nature acaba de hacer una publicación para asegurar que se trata de un virus natural. Y que, por tanto, no ha podido ser fruto de una manipulación del ser humano.
Y cabe preguntarse: ¿cómo es posible que una revista como Nature se preste a hacer una publicación para desmentir algo? ¿Cómo se apresuran a negar lo que consideran teoría conspiranoica? Resulta sospechoso. Y se nos está encaminando a una situación en la que ansiemos una vacuna como única posibilidad para seguir con vida. Es tener los ojos cerrados.
Hay más ejemplos
Hay más ejemplos. Así, tenemos a la doctora Judy Mikovit, que ha sido defenestrada por publicar cómo determinadas vacunas resultado de la recombinación entre virus humanos y virus de animal, están relacionadas con la aparición de enfermedades. Por cierto investigaciones publicadas nada más y nada menos que en la revista Science pero que después fueron retiradas.
Cabría la posibilidad de considerar que las manipulaciones que se llevan a cabo en los laboratorios se hacen en pro de la humanidad. Pero viendo como esconden la información, mienten y se aprovechan de la ignorancia de la gente, hay algo que queda muy claro. El afán de enriquecimiento de la industria farmacéutica está por encima de las personas.
Entretanto, seguimos dando credibilidad a instituciones como la OMS o la FDA. Da igual que surjan investigaciones en torno a sus corruptelas. El miedo ya ha hecho presa en nosotros. Y, bajo el escudo de la Ciencia y su arma de doble filo, seguirá investigándose allí donde haya posibilidades de ganar dinero.
Autor: Carlos Pérez
Msc Psiconeuroinmunología Clínica
Msc en Biología Molecular y Biomedicina
Co-autor de los libros Paleovida y Mis Recetas Paleovida
Co-director y docente del Postgrado Experto Universitario en Psiconeuroinmunología Clínica de Regenera por la Efhre International University